lunes, 6 de junio de 2016

Medalla Elvia Carrillo Puerto a Marcela Lagarde y de los Ríos*



En el marco de la conmemoración del 8 de marzo Día Internacional de la Mujer, el Senado de la República condecoró a la antropóloga y feminista Marcela Lagarde y de los Ríos con la Medalla Elvia Carrillo Puerto, el 6 de marzo de 2014, como reconocimiento a su labor en defensa y protección de los Derechos Humanos de las mexicanas.

C. Secretario de Gobernación, senadoras, senadores, diputadas, colegas, amigas y amigos, familia, hija:

Me honra recibir el Reconocimiento Elvia Carrillo Puerto. Lo hago de manera personal y como integrante de un movimiento que fluye, el movimiento feminista. Me conmueve, porque se trata de un reconocimiento republicano, muestra de un compromiso político con las mujeres y con la igualdad de género. Fue impulsado, de manera plural, por legisladoras que, por cierto, todavía hacen política en desigualdad de género y emiten un potente mensaje al elegir a Elvia Carrillo Puerto.
Me identifico con ella en sus definiciones identitarias, como mujer de izquierda, socialista y feminista, crítica y propositiva.
El gran aporte del feminismo a la modernidad es la crítica política a su acendrado patriarcalismo estructural, al androcentrismo, la desigualdad, la discriminación, la violencia y la injusticia que generan sociedades opresivas.
A la par de la crítica, el feminismo ha planteado alternativas a ese mundo de exclusión de las mujeres, de supremacismo de los hombres, de opresiones varias, de discriminación y de violencia de género.
Desde antaño las feministas han imaginado cómo cambiar la vida de las mujeres y de los hombres, y el mundo, tal y como sucedió durante una buena parte del siglo XX, en la historia a la que pertenece Elvia Carrillo Puerto.
La causa feminista que nos antecedió, se prolonga en nosotras. En ese devenir hemos profundizado y avanzado, pero, casi un siglo después, continuamos construyendo derechos que se nos escamotean y se nos niegan, impulsando cambios para transformar la condición de las mujeres y para lograr que los hombres y las instituciones cambien, que cambie la cultura con la eliminación de la enajenación de género y la invención de nuevas formas de ser y de vivir.
Los anhelos políticos de Elvia Carrillo Puerto y sus compañeras, de los diversos movimientos feministas y partidistas eran el acceso de las mujeres a la educación, educación sexual, control de la natalidad, trabajo digno y participación política, incluyendo el derecho al sufragio.
A ella misma le tocó vivir obstáculos a los mínimos avances de las mujeres. Incluso fue amenazada de muerte, lo que ocasionó que se alejara de la vida pública. En la actualidad hay mujeres en México amenazadas por exigir sus derechos, o por ser defensoras de mujeres víctimas de violencia.
A pesar de cambios positivos en la condición de mujeres de clases altas y medias y de élites diversas, así como, de cambios parciales e intermitentes de mujeres de franjas sociales populares, la mayor parte de las mexicanas vive en pobreza (como quiera que se mida), en penuria y con altos grados de marginación, explotación y violencia. La mayoría de las mujeres es responsable del trabajo doméstico, aunado al trabajo público, casi siempre informal, con la mitad del pago que se hace a los hombres, sin derechos sociales, con grandes cargas familiares de cuidado, y sin visos de que eso cambie. Decenas de miles han migrado en pos de oportunidades, pero también de libertad, para salvarse.
En nuestros días, reivindicamos de nuevo, como lo hicieran Elvia Carrillo Puerto y sus compañeras, el acceso al trabajo digno como un derecho y al empleo generador de derechos y salario justo, en pos de la independencia y la autonomía que queremos. Planteamos además, el fin de la doble jornada de trabajo y la ampliación de lo público en el soporte de los cuidados. Desde luego, ocupan un lugar central los derechos sexuales y reproductivos, el amor libre (como ellas) y la libertad sexual, de pensamiento, de creencias y de participación. Para lo cual es imprescindible la vigencia del estado laico.
La utopía, que contribuimos a crear a través de infinidad de topías, de logros y avances aquí y ahora, contiene la solución a estos grandes problemas nacionales. Se trata de un nuevo paradigma de desarrollo social caracterizado como desarrollo humano sustentable, por Martha Nusbaum, Premio Príncipe de Asturias, Amartya Sen, premio Nóbel de Economía (el único no neoliberal) y Mahbub-ul-Haaq, paradigma que contiene la posibilidad real del desarrollo de las mujeres y es contrario y opuesto al neoliberalismo, al capitalismo patriarcal depredador.
En términos económicos, impulsa una vía redistributiva de la riqueza basada en la satisfacción de las necesidades vitales, y en términos sociales y políticos en la eliminación de la desigualdad, la exclusión y la marginación, con la fortalecimiento de capacidades a partir de su diversidad y de sus comunidades.
El paradigma del desarrollo humano sustentable, en la perspectiva de ONU Mujeres, contiene el adelanto y el empoderamiento de las mujeres, implica el acceso a la educación en todos los niveles y la eliminación de las brechas, incluso la de las nuevas tecnologías; el acceso a la salud integral de calidad, durante toda la vida y, en especial a la salud y los derechos sexuales y reproductivos, con la indispensable eliminación de obstáculos: erradicación de la violencia, eliminación de todas las formas de discriminación y del supremacismo de género, así como de las injusticias y el acceso de las mujeres y las niñas a recursos y oportunidades para lograr una mejor calidad de la vida.
El núcleo de la utopía feminista que se fraguó durante tres siglos se sintetiza hoy en la vigencia de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Y eso en el camino hacia la igualdad entre mujeres y hombres.
Se trata sólo de un ramito de derechos, empezando por el derecho a la vida en primera persona, libre de miedo y de violencia, pasando por el derecho a ser lo que una quiera ser, como lo afirmó la comandanta Esther en la tribuna de la Cámara de Diputados, y concluye con el derecho a la participación política y la toma de decisiones en condiciones de igualdad. Hoy decimos igualdad plena, sustantiva, efectiva, de resultados. Concordamos con la Declaración de los Derechos Humanos de Viena 1993 que reconoció la condición humana de las mujeres y definió los derechos de las mujeres como derechos humanos. Como dice Alda Facio, 1993, el año en que las terrícolas nos volvimos humanas.
Elvia Carrillo Puerto participó en la construcción de la ciudadanía de las mujeres a lo largo de su vida. En el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, lo hizo al lado de otras mujeres de izquierda y feministas, tan entrañables como Frida Kalho, María Izquierdo y otras intelectuales, artistas, escritoras, maestras, campesinas, empleadas, manufactureras, estudiantes. Se contaron en decenas de miles. Dicho Frente exigió el derecho al voto para las mujeres. Es un antecedente clave para lograr el derecho al voto que no fue una concesión graciosa de nadie, sino el resultado de la incidencia política de diversos movimientos de mujeres y feministas a lo largo de décadas, y también de movimientos internacionales.
Para las contemporáneas el derecho al sufragio abarca el derecho a votar y a ser votada, y también el derecho a representar y a gobernar en igualdad y con paridad, anhelos que hoy ocupan nuestros afanes.
De la utopía, las feministas siempre transitamos a la topía, no sólo proponemos, hacemos, transformamos.
Piensen, pensamos juntas, qué país requerimos para erradicar la violencia de género en la casa y en la calle, para erradicar la violencia feminicida y el feminicidio que nos abofetean día tras día desde hace años.
Qué país necesitamos para saciar el hambre y erradicar la pobreza, para eliminar la mortalidad materna y el embarazo adolescente, el contagio del VIH, la alarmante extensión del papiloma entre las adolescentes y las jóvenes.
¿Qué país, para que adolescentes pobres y marginadas no sean insultadas y maltratadas al hacerlas parir en el baño, en el patio o afuera de la clínica que debería albergarlas? O, ¿para que no muera más de una decena de criaturas al nacer en una semana, en un solo hospital?
La respuesta está en construir un país solidario con las mujeres, las niñas, las adolescentes, las mujeres de mediana edad y las viejas, en reconocer y valorar la condición humana de las mujeres.
Un país en que su gente sea capaz de sentir empatía y movilizarse por la calidad de la vida de las mujeres. En el que las instituciones de justicia hagan justicia a Ernestina Ascencio, anciana indígena, violada de manera tumultuaria hace 7 años por soldados y muerta dos días después “de gastritis” según el presidente, luego confirmado por forenses de recambio.
Fin a la impunidad, dijimos al tipificar el feminicidio y lo sostenemos. Hoy el caso está ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Esperamos que en este proceso la Corte Interamericana de Derechos Humanos haga justicia como lo hizo en el Caso Campo Algodonero: Por primera vez, ante casos de feminicidio, un gobierno fue considerado culpable por un organismo internacional, de no garantizar el derecho humano de las mujeres a una vida libre de violencia, de acuerdo con nuestra Ley y con la Convención Belén Do Pará.
La injusticia continúa: Aún en casos de defensa propia como ocurrió con Yakiri Rubio, quien se defendió de su violador y por fin ha salido de la cárcel a continuar el proceso en libertad. Porque sigue acusada de ¡exceso de fuerza en defensa propia...! Deberá pagar una fianza de más de 400 mil pesos (parte de la cual es para la reparación del daño. Propongo que colaboremos para cubrirla.
¿Qué país requerimos para que las periodistas y las defensoras de derechos humanos no sea acosadas, hostigadas e incluso asesinadas en el ejercicio de su trabajo?
El país que nos urge es el que cumple sus compromisos internacionales y con las recomendaciones de la CEDAW, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de Amnistía Internacional, de otros organismos y de las redes civiles de defensoras de la vida de las mujeres.
En el país que anhelamos, la justicia ha de ser justa.
En él la valoración de la diversidad es un principio de la sociedad y del Estado, que deben ser capaces de igualar a los diferentes y respetar la diversidad: las mujeres indígenas y sus pueblos y comunidades, deben ser reconocidos y respetados en su dignidad, en igualdad y con libertad, como deben serlo las lesbianas, las bisexuales, las transex y las transgénero, hasta las heterosexuales y quienes se definan como asexuales también, las mujeres enfermas y las discapacitadas, y, todas ellas y sus familias, puedan vivir investidas de derechos y en convivencia democrática.
Hace más de 50 años, otra entrañable feminista, Rosario Castellanos, reflexionaba en su poema Meditación en el umbral sobre la condición opresiva y enajenante de las mujeres y afirmaba:

“Debe de haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina, ni María Egipcíaca
ni Magdalena, ni Clemencia Isaura
Otro modo de ser humano y libre
Otro modo de ser

En su pregunta, casi afirmativa, encontramos la respuesta: había que desapegarnos de estereotipos patriarcales que nos fueron asignados, pero también del hombre androcéntrico como referente y de la visión patriarcal del mundo, para empezar a ser libres. Lo hemos hecho, resolvimos el acertijo con una a, la respuesta es ser humanas, con a.
Las feministas optamos por cambiar nosotras mismas, a nuestro entorno, la vida cotidiana y también al Estado, para que deje de ser parte del problema y prevalezcan en él y se fortalezcan las tendencias democráticas y de bienestar social, al eliminar estructuras sexistas, clasistas, racistas, discriminatorias y violentas. Para dar paso, a una sociedad solidaria y a un Estado democratizado, transparente, compuesto por instituciones efectivas, honorables y confiables, que supere la ilegalidad y haga prevalecer el estado de derecho. Y una sociedad que por fin pueda vivir en paz y desplegar una cultura de paz.
Las feministas como Elvia Carrillo Puerto y todas, trabajamos cada día, para moldear un país y un mundo global, de cooperación solidaria, basados en un desarrollo comprometido con el planeta y con las generaciones siguientes, sí, pero sobre todo, con su gente, aquí y ahora, para que, se cumpla lo estipulado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, en su parágrafo 28: “Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, se hagan plenamente efectivos.
Nadie lo ha dicho mejor que María Zambrano (1988) al reflexionar sobre la democracia:

“Si hubiera que definir la democracia, podría hacerse diciendo que es esa sociedad en la cual no sólo es permitido sino exigido ser persona”.

Y, pienso, que ser persona se inicia como planteó Hanna Arendt, con el primero de los derechos, el derecho a tener derechos.

¡Por la vida y la libertad de las mujeres y las niñas!

* Feminista etnóloga, doctora en Antropología, enseña en instituciones académicas y Asociaciones Civiles de Latinoamérica y Europa.


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